Por María Rodríguez González-Moro
Con cierta asiduidad me gusta
perderme por las páginas de libros en los que la investigación privada resulta
el hilo conductor de la trama, y esto es así porque es a partir de obtener
datos de otras experiencias que tal vez pueda mejorar la mía como profesora de
futuros detectives. En esta ocasión me llamó la atención el libro Un Guerrero
entre Halcones. Diario de un Detective Privado, de Rafael Guerrero, y lo hizo
especialmente porque se trataba de un libro escrito en primera persona por un
detective privado profesional, con lo que prometía estar cargado de comentarios
interesantes, posiblemente mucho mejores de los que se puedan encontrar en las
licencias literarias de escritores que no saben nada de la profesión, más allá,
por supuesto, de lo que pueda dar de sí su imaginación.
Al poco de comenzar a leerlo pude
darme cuenta que el libro de Rafael Guerrero no está escrito para aspirar a
ganar un premio literario, ya que los aficionados a la literatura tenemos un
cierto grado de exigencia cuyo listón está cada vez más alto; sin embargo, y
conforme me adentraba en esta novela realista, fui dándome cuenta que el autor
deja muchas frases contundentes para el mundo de los detectives, frases que tal
vez ya se sabían, pero que no es habitual verlas escritas, y menos aún por
quien ha de padecerlas. Así, escribe Guerrero: “Cuando salí de la facultad
nadie me había dicho lo que me iba a encontrar en la calle”. Esto es cierto en
la profesión de detective privado y en todas las demás, pero tal vez sea en la
de detective una de las profesiones en que esa diferencia es más palpable,
porque la teoría universitaria choca frontalmente con la cruda realidad una vez
que hay que tomar decisiones rápidas sobre la marcha y no queda tiempo para
mirar el libro de instrucciones, de ahí que Guerrero añada a este respecto que
“Cuando empiezas en esta profesión, estás totalmente perdido”. Sin embargo, al
menos desde mi punto de vista, mucho más duro que sentirse perdido al comenzar
a ejercer podría llegar a resultar la soledad, esa soledad siempre asociada a
la figura mítica del detective la cual, sin duda, debe dejar momentos vividos
tan especiales como rigurosamente duros. “Vocacional y solitaria. Así es mi
profesión y mi vida”, escribe el autor.
Rafael Guerrero manifiesta que ha
escrito este libro para saciar la curiosidad de sus amistades cuando le piden
que les cuente sus experiencias, lo cual no me extraña, porque la vida de un
detective privado siempre ha estado oculta tras el misterio que imprimen el
cine y la literatura, concepción esta que no se debería dejar perder, ya que
por mucho que ahora se quiera profesionalizar el oficio de forma aséptica, la
figura del detective siempre perdurará en el imaginario popular como alguien
que se esconde bajo un sombrero, el cuello levantado de su gabardina y el humo
de un cigarro inacabable. Eso sí, tal vez esta concepción solo sirva para
aquellos que sientan la profesión como parte de su alma, y en esto Guerrero es
muy contundente al matizar que existen detectives que viven la profesión,
clientes que se creen detectives, intrusos puros y duros y, también, detectives
empresarios, esto es, aquellos que entienden la investigación privada como una
actividad industrial.
Ser detective privado, según
Guerrero, es una profesión dura; de una parte, como él afirma, “en este
trabajo, sabemos cuando salimos de casa, pero no cuando volvemos”, y es que una
de las tareas principales de los
detectives, la vigilancia, “es un ejercicio de paciencia infinita” que incluso
llega a tener sus efectos colaterales porque “todos los vecinos se convierten
en investigados”, es decir, se ha de estar tanto tiempo en algunos lugares que
uno llega a saber, sin querer, las costumbres del vecindario del propio
investigado, lo que por otra parte no deja de generar su estrés añadido al
detective cuando teme ser descubierto por alguno de los vecinos. Igualmente,
ser detective privado hace que quien ejerce la profesión se convierta en una
persona desconfiada, de hecho Guerrero llega a escribir “no me fío de nadie, ni
siquiera de mi equipo”, entre otras cosas porque “todos somos una caja de
sorpresas”.
Rafael Guerrero, “el detective
Rafael”, el hombre que quería ser como James Bond y que aparece en el libro
como soltero, apasionado por su profesión y por las mujeres, aclara que, como
detective, “siempre hay que tener un plan de fuga”, recuerda que ésta “es una
profesión clandestina de cara al público” por la necesidad imperiosa de pasar
desapercibido y deja un hueco para la reflexión cuando escribe que “no se debe
juzgar a nadie porque nadie conoce absolutamente todos los factores que inducen
a una persona a actuar como lo hace. Y menos podemos juzgar en esta profesión,
en la que solo escuchamos, observamos y documentamos e informamos al cliente”.
Un Guerrero entre Halcones es un
libro de lectura fácil, con una trama sencilla en la que se cuentan las
interioridades de un operativo; un libro en el que, sin duda, se verán
reflejados muchos detectives vocacionales y que también ofrece una idea
meridiana de las muchas cosas que pasarán por la cabeza a todos aquellos que,
un buen día, decidan enfrentarse a ejercer la profesión.
Un Guerrero entre Halcones.
Diario de un Detective Privado
Rafael Guerrero
Editorial Círculo Rojo
ISBN: 978-84-9050-165-8