sábado, 18 de julio de 2015

¿Psiquiatra vejador o histeria colectiva?

Por María Rodríguez González-Moro

 Más de dos docenas de mujeres (por el momento) afirman que un psiquiatra sevillano, Javier Criado para más señas, ha abusado de ellas en su condición de pacientes. Esto no parece poca cosa, una mujer, incluso dos, puede que tengan un criterio diferente al del médico cuando de lo que hablamos es de valoraciones psíquicas inmateriales, pero es que tres ya son multitud, y dos docenas una odisea en el espacio.

Javier Criado Jr., sacerdote e hijo primogénito del acusado, manifiesta que él confía plenamente en su padre, por lo que éste ya parte con cierta ventaja al tener de su lado, aunque sea por vía consanguínea, al mediador de Dios, ya que será, en última instancia, quien dicte su sentencia en ese Juicio Final que espera a todo buen creyente como es el psiquiatra. Sin embargo, y a pesar de los condicionantes místicos que pudieran encerrarse en este caso, la realidad es que un buen número de pacientes, mujeres todas ellas, están empeñadas en demostrar que el psiquiatra abusó de ellas, en unos casos psicológicamente, en otros por vía sexual.

La mayoría de los mortales comunes que nos hemos enterado de este caso por la prensa, muchos de nosotros pacientes potenciales de un psiquiatra tal y como están las cosas, nos preguntamos cómo es posible que ninguna de estas mujeres se decidieran, durante años, a denunciar semejante galeno abuso de poder, pero es que resulta que, al parecer, dos de ellas sí lo hicieron diez años antes, consiguiendo la detención de este señor durante un mínimo espacio de tiempo legal, el suficiente como para que todo quedase en agua de borrajas. La intimidad es lo que tiene, una palabra contra la otra, y en este caso donde la mente desequilibrada buscaba cobijo en el saber hacer profesional, no resultaría difícil demostrar que se trataban de fantasías de diván, casi lo mismo que viene ocurriendo, desde la noche de los tiempos, con las alumnas y los profesores. Y ahora, enterradas ya aquellas denuncias y las denunciantes doblemente supuestamente agredidas, primero por el psiquiatra y después por la acción de la Justicia, ha tenido que ser la calentura literaria de una de las afectadas, a través de una red social (lo que no consiga Facebook…) la que ha servido de trampolín para que tantas, entre tantas, tomen la decisión de elevar la voz ante el muro infranqueable de la gran dignidad social del acusado.

La defensa de las acusadoras, sobre todo por evitar la prescripción de los hechos, mantiene que éstas no se decidieron antes a dar el paso porque se hacía necesaria la curación salvadora que les hiciera sabedoras del escarnio pseudoprofesional del señor Criado pero, me pregunto, ¿esa curación que las ilumina es debida a los esfuerzos profesionales del mismo psiquiatra al que ahora acusan? Si eso fuera así nos encontraríamos con una interesante paradoja filosófica, incluso jurídica diría yo, y es que la persona a la que acusas de haber abusado psicológicamente de ti es la misma a la que has de dar las gracias por curarte, dicho esto por supuesto con todas las precauciones posibles, puesto que carezco de la más mínima información necesaria para realizar semejante afirmación, y por supuesto refiriéndome solamente a aquellas que alertan de abusos psicológicos, porque los abusos sexuales son otra cosa.

Esta teoría de la acusación particular, sobre la necesidad de curación previa para enfrentarse de manera coherente a la acometida de medidas contra el abuso psicológico, no es nueva, hay un alto porcentaje de la magistratura que la defiende, principalmente porque de lo que se trata es de que el agredido sea capaz de dilucidar, en su fuero interno, si fue realmente agredido o esta sensación formaba parte del viaje a lo desconocido que significa toda dolencia psiquiátrica. Pero, al igual que una parte de la magistratura defiende esta teoría, hay otra, tal vez incluso más numerosa, que no la acepta, y esto es así porque dan por hecho que la persona de la que se está abusando, si es mayor de edad, debe ser consciente de ello, y por lo tanto con capacidad acusatoria. Así, si lo que se sostiene es que no hay prescripción en ningún caso porque hasta que las denunciantes no se han curado no han tenido el valor suficiente de dar el paso, el número de mujeres que verán de partida reivindicado su honor será numeroso, casi insultante. Pero si esto no fuera así, si los hechos se dan por prescritos, puede que tal vez alguna de las más recientes tenga algo de fortuna en el coladero judicial, pero ya sin el peso incuestionable de la abrumadora numerología de mujeres que se sienten abusadas.

En lo judicial, aunque la denuncia sea colectiva,  se irá viendo caso por caso para ver si alguno de ellos puede exigir del Código Penal una respuesta contundente, pero el debate se abre también en el campo de lo estrictamente científico, de lo ético y de lo personal. En lo científico, los que saben de esto tendrán que dar respuestas a si una persona que sufre una patología psiquiátrica, y que incluso puede andar por la cuerda floja del desequilibrio emocional, está en condiciones de afirmar si el médico que la está tratando abusa de ella psicológicamente o, por el contrario, puede sufrir una confusión que le haga creer que esto es así, habiendo de dilucidar al tiempo si este estado cognitivo podría llegar a invalidar su testimonio, bien por causas patológicas o bien por la enemistad manifiesta creada únicamente en la mente de la parte afectada y que ahora se magnifica por el estruendo atronador que provoca la pertenencia a un grupo de presión.

En lo ético nadie más que un comité médico apoyado en la deontología colegial podrá realizar una valoración de las prácticas del psiquiatra sevillano, pero ésta será siempre somera porque sus deducciones dependerán del hecho judicial y de las manifestaciones de las partes implicadas, lo que al haber ocurrido a puerta cerrada traerá no poca dificultad para el enjuiciamiento ético. Cosa diferente en este sentido es la visión ética popular que la sociedad, alentada por una prensa ávida de sangre fresca, ya ha dado por sentada, y más desde que una de las afectadas, tal vez la más mediática, hiciera pública una carta en la que daba su versión de los hechos, aunque cualquier lectura mínimamente seria de dicha carta no llevaría a ninguna parte, porque nada dice en ella, al menos desde un punto de vista de incriminación criminal.

Y por último el debate de lo personal, éste es el más complicado. Ciertamente las mujeres que afirman que el psiquiatra es un abusador son tantas que difícilmente nadie podría creer que eso no es así, y desde luego me pongo en el lugar de ellas, como persona, y entiendo el difícil camino recorrido para llegar hasta aquí, aunque también me apena que se haga tanto hincapié en los medios sobre el hecho de que sean muy conocidas porque pertenecen a prestigiosas familias de la ciudad, ostentan cargos de responsabilidad institucional o son esposas de políticos y empresarios. ¿Y esto de verdad importa? ¿Es que si fueran prostitutas, mujeres de bajos recursos o simplemente lo que se denomina como “mujeres normales”, no habría sido lo mismo?

Al mismo tiempo, no hay que olvidar que vivimos en un país en el que el Derecho todavía tiene cierta prevalencia, por lo que habremos de acordar que el psiquiatra, ya condenado socialmente de antemano, debería haber tenido inmaculado su derecho a la presunción de inocencia, y de hecho lo sigue teniendo en el ámbito judicial, pero no en el que verdaderamente cuenta, el de la sociedad civil. Si el proceso judicial adujera prescripción, falta de pruebas o defectos de forma y la instrucción se diera por archivada, el psiquiatra quedaría libre de culpa, pero hundido en la miseria, así somos.

Ser psiquiatra no debe ser fácil, a veces no soy capaz de comprenderme a mí misma, puedo imaginar lo que supone estar escuchando hora tras hora, día tras día, una letanía promovida por personas que han visto su vida desbarajustarse, cuando llegase la noche yo no sabría si voy o si vuelvo.


Por concluir, es a partir de ahora que se abre una puerta muy interesante para los detectives privados. Estos casos, todos ellos, son perseguibles a instancia de parte, por lo que tanto las supuestas víctimas como el acusado están en disposición de acumular pruebas para exponer su verdad, aunque sean las mujeres las que tengan la verdadera responsabilidad de contrastar todo lo que con tanta rotundidad atestiguan. Sería interesante saber finalmente, con pruebas y con meridiana claridad, si nos encontramos ante un psiquiatra vejador o un episodio de histeria colectiva, que también podría ser.