Por María Rodríguez González-Moro
Más de dos docenas de mujeres
(por el momento) afirman que un psiquiatra sevillano, Javier Criado para más
señas, ha abusado de ellas en su condición de pacientes. Esto no parece poca
cosa, una mujer, incluso dos, puede que tengan un criterio diferente al del
médico cuando de lo que hablamos es de valoraciones psíquicas inmateriales,
pero es que tres ya son multitud, y dos docenas una odisea en el espacio.
Javier Criado Jr., sacerdote e
hijo primogénito del acusado, manifiesta que él confía plenamente en su padre,
por lo que éste ya parte con cierta ventaja al tener de su lado, aunque sea por
vía consanguínea, al mediador de Dios, ya que será, en última instancia, quien
dicte su sentencia en ese Juicio Final que espera a todo buen creyente como es
el psiquiatra. Sin embargo, y a pesar de los condicionantes místicos que
pudieran encerrarse en este caso, la realidad es que un buen número de
pacientes, mujeres todas ellas, están empeñadas en demostrar que el psiquiatra
abusó de ellas, en unos casos psicológicamente, en otros por vía sexual.
La mayoría de los mortales
comunes que nos hemos enterado de este caso por la prensa, muchos de nosotros
pacientes potenciales de un psiquiatra tal y como están las cosas, nos
preguntamos cómo es posible que ninguna de estas mujeres se decidieran, durante
años, a denunciar semejante galeno abuso de poder, pero es que resulta que, al
parecer, dos de ellas sí lo hicieron diez años antes, consiguiendo la detención
de este señor durante un mínimo espacio de tiempo legal, el suficiente como para
que todo quedase en agua de borrajas. La intimidad es lo que tiene, una palabra
contra la otra, y en este caso donde la mente desequilibrada buscaba cobijo en
el saber hacer profesional, no resultaría difícil demostrar que se trataban de
fantasías de diván, casi lo mismo que viene ocurriendo, desde la noche de los
tiempos, con las alumnas y los profesores. Y ahora, enterradas ya aquellas
denuncias y las denunciantes doblemente supuestamente agredidas, primero por el
psiquiatra y después por la acción de la Justicia , ha tenido que ser la calentura
literaria de una de las afectadas, a través de una red social (lo que no
consiga Facebook…) la que ha servido de trampolín para que tantas, entre tantas,
tomen la decisión de elevar la voz ante el muro infranqueable de la gran
dignidad social del acusado.
La defensa de las acusadoras, sobre
todo por evitar la prescripción de los hechos, mantiene que éstas no se
decidieron antes a dar el paso porque se hacía necesaria la curación salvadora
que les hiciera sabedoras del escarnio pseudoprofesional del señor Criado pero,
me pregunto, ¿esa curación que las ilumina es debida a los esfuerzos
profesionales del mismo psiquiatra al que ahora acusan? Si eso fuera así nos
encontraríamos con una interesante paradoja filosófica, incluso jurídica diría
yo, y es que la persona a la que acusas de haber abusado psicológicamente de ti
es la misma a la que has de dar las gracias por curarte, dicho esto por
supuesto con todas las precauciones posibles, puesto que carezco de la más
mínima información necesaria para realizar semejante afirmación, y por supuesto
refiriéndome solamente a aquellas que alertan de abusos psicológicos, porque
los abusos sexuales son otra cosa.
Esta teoría de la acusación
particular, sobre la necesidad de curación previa para enfrentarse de manera
coherente a la acometida de medidas contra el abuso psicológico, no es nueva,
hay un alto porcentaje de la magistratura que la defiende, principalmente
porque de lo que se trata es de que el agredido sea capaz de dilucidar, en su
fuero interno, si fue realmente agredido o esta sensación formaba parte del
viaje a lo desconocido que significa toda dolencia psiquiátrica. Pero, al igual
que una parte de la magistratura defiende esta teoría, hay otra, tal vez
incluso más numerosa, que no la acepta, y esto es así porque dan por hecho que
la persona de la que se está abusando, si es mayor de edad, debe ser consciente
de ello, y por lo tanto con capacidad acusatoria. Así, si lo que se sostiene es
que no hay prescripción en ningún caso porque hasta que las denunciantes no se
han curado no han tenido el valor suficiente de dar el paso, el número de
mujeres que verán de partida reivindicado su honor será numeroso, casi
insultante. Pero si esto no fuera así, si los hechos se dan por prescritos,
puede que tal vez alguna de las más recientes tenga algo de fortuna en el
coladero judicial, pero ya sin el peso incuestionable de la abrumadora numerología
de mujeres que se sienten abusadas.
En lo judicial, aunque la
denuncia sea colectiva, se irá viendo
caso por caso para ver si alguno de ellos puede exigir del Código Penal una
respuesta contundente, pero el debate se abre también en el campo de lo estrictamente
científico, de lo ético y de lo personal. En lo científico, los que saben de
esto tendrán que dar respuestas a si una persona que sufre una patología
psiquiátrica, y que incluso puede andar por la cuerda floja del desequilibrio
emocional, está en condiciones de afirmar si el médico que la está tratando
abusa de ella psicológicamente o, por el contrario, puede sufrir una confusión
que le haga creer que esto es así, habiendo de dilucidar al tiempo si este
estado cognitivo podría llegar a invalidar su testimonio, bien por causas
patológicas o bien por la enemistad manifiesta creada únicamente en la mente de
la parte afectada y que ahora se magnifica por el estruendo atronador que
provoca la pertenencia a un grupo de presión.
En lo ético nadie más que un
comité médico apoyado en la deontología colegial podrá realizar una valoración
de las prácticas del psiquiatra sevillano, pero ésta será siempre somera porque
sus deducciones dependerán del hecho judicial y de las manifestaciones de las
partes implicadas, lo que al haber ocurrido a puerta cerrada traerá no poca
dificultad para el enjuiciamiento ético. Cosa diferente en este sentido es la
visión ética popular que la sociedad, alentada por una prensa ávida de sangre
fresca, ya ha dado por sentada, y más desde que una de las afectadas, tal vez
la más mediática, hiciera pública una carta en la que daba su versión de los
hechos, aunque cualquier lectura mínimamente seria de dicha carta no llevaría a
ninguna parte, porque nada dice en ella, al menos desde un punto de vista de
incriminación criminal.
Y por último el debate de lo
personal, éste es el más complicado. Ciertamente las mujeres que afirman que el
psiquiatra es un abusador son tantas que difícilmente nadie podría creer que
eso no es así, y desde luego me pongo en el lugar de ellas, como persona, y
entiendo el difícil camino recorrido para llegar hasta aquí, aunque también me
apena que se haga tanto hincapié en los medios sobre el hecho de que sean muy
conocidas porque pertenecen a prestigiosas familias de la ciudad, ostentan
cargos de responsabilidad institucional o son esposas de políticos y
empresarios. ¿Y esto de verdad importa? ¿Es que si fueran prostitutas, mujeres
de bajos recursos o simplemente lo que se denomina como “mujeres normales”, no habría
sido lo mismo?
Al mismo tiempo, no hay que
olvidar que vivimos en un país en el que el Derecho todavía tiene cierta
prevalencia, por lo que habremos de acordar que el psiquiatra, ya condenado
socialmente de antemano, debería haber tenido inmaculado su derecho a la
presunción de inocencia, y de hecho lo sigue teniendo en el ámbito judicial,
pero no en el que verdaderamente cuenta, el de la sociedad civil. Si el proceso
judicial adujera prescripción, falta de pruebas o defectos de forma y la
instrucción se diera por archivada, el psiquiatra quedaría libre de culpa, pero
hundido en la miseria, así somos.
Ser psiquiatra no debe ser fácil,
a veces no soy capaz de comprenderme a mí misma, puedo imaginar lo que supone
estar escuchando hora tras hora, día tras día, una letanía promovida por
personas que han visto su vida desbarajustarse, cuando llegase la noche yo no
sabría si voy o si vuelvo.
Por concluir, es a partir de
ahora que se abre una puerta muy interesante para los detectives privados.
Estos casos, todos ellos, son perseguibles a instancia de parte, por lo que
tanto las supuestas víctimas como el acusado están en disposición de acumular
pruebas para exponer su verdad, aunque sean las mujeres las que tengan la
verdadera responsabilidad de contrastar todo lo que con tanta rotundidad
atestiguan. Sería interesante saber finalmente, con pruebas y con meridiana
claridad, si nos encontramos ante un psiquiatra vejador o un episodio de
histeria colectiva, que también podría ser.