Por María Rodríguez González-Moro
A veces, cuando estoy relajada y
dejo que mis pensamientos campen por sus respetos, me doy cuenta que darles tanta
libertad no siempre es bueno, porque si bien es cierto que lo suyo es que éstos
traigan ideas frescas, también puede pasar que lo que traigan sean ideas raras,
extrañas, absurdas o, lo que es peor, inalcanzables. En todo caso, lo que sí
tengo claro es que cuando les dejo que traigan pensamientos relacionados con
hombres siempre procuro que sean para mejorar, eso de “Virgencica, que me quede
como estoy”, lo dejo para otro tipo de pensamientos más de estar por casa.
Cuento esto a raíz de la
sensación que he tenido cuando me he enterado que una tal Victoria, al menos
ese es su pseudónimo, joven sueca de 20 añitos, está enamorada de Anders
Behring Breivik, el bicho que el 22 de julio de 2011 mató a 77 personas en lo
que fue la matanza más grande ocurrida en Noruega desde la Segunda Guerra
Mundial. Aquél día, no contento con poner una bomba en el centro de Estocolmo,
este individuo disfrutó sádicamente disparando y asesinando a decenas de
jóvenes, compatriotas suyos, que le pedían clemencia una y otra vez, las mismas
que él ignoró mientras seguía con su juego macabro de verlos morir.
Si ya puede parecer extraño que
alguien pueda perder la cabeza hasta ese punto de dar caza a varias decenas de
chiquillos, debería parecer mentira que una persona pueda llegar a enamorarse
de alguien como Breivik, lo más normal sería sentir cualquier cosa menos amor
por alguien que se asemeja más a un monstruo que a un ser humano. Pero he aquí
que la ciencia tiene respuestas para casi todo lo que hacemos los que
alardeamos de humanos, y en este caso la respuesta se llama hibristofilia, una
palabreja que da cabida a quienes sienten pasión por asesinos ladrones,
violadores y, en la misma línea pero a otro nivel, por los infieles casi
patológicos o aquellos que hacen de la mentira su modus operandi.
Puede que pensemos que esta
parafilia es demasiado rara y afecta a muy pocas personas, pero no es así, la
realidad es muy diferente, y es que a este Breivik le llegan unas ochocientas
cartas anuales, casi todas de admiradoras, incluso una de ellas, de 16 años, ya
le propuso seriamente matrimonio en 2012. Y a esto hay que sumar las cientos,
miles, de otras personas que sienten lo mismo por grandes asesinos conocidos
que purgan su pena en las cárceles de medio mundo. Con todo, hay incluso
millones de personas, la mayoría mujeres, y muy jóvenes, que sienten un morbo
especial por aquellos que las introducen en su juego de adulterio, o que
disfrutan creándoles un mundo imaginario que solo ellas pueden llegar a dar por
real. Esta hibristofilia de menor intensidad es la que más cerca está de
nosotros, porque todos tenemos experiencias propias, o muy cercanas, que
podrían encajar perfectamente; recuerdo el sufrimiento de unos conocidos cuya
hija, preciosa, rubia, con ojos verdes y menor de edad, se enamoró perdidamente
de un chico varios años mayor que ella que era un delincuente de pacotilla y
que llamaba poderosamente la atención de la chiquilla, al final la cosa terminó
con embarazo y una unión odiosa, aunque distante, de por vida.
Aún así, si aparcamos los bajos
estadíos de esta parafilia, no resulta fácil llegar a imaginar que una persona
en su sano juicio pueda mostrar su amor, públicamente o en la intimidad, hacia
alguien de quien no queda la más mínima duda, ni la razonable ni la otra, que
es un asesino despiadado que disfrutó destrozando tantas vidas, las de los
muertos que dejó y las de sus familias, que a buen seguro ya no han vuelto a
ser las mismas, porque cuando la muerte entra en una casa para llevarse a un
niño, a un joven, el frío jamás desaparece de sus muros. Victoria, con sus
veinte años y su personalidad distorsionada, se excita pensando que es el
sistema, la propia sociedad, quien hace sufrir a su hombre la tortura de la
cárcel, de ahí que sea una ferviente activista para que se atenúen las
condiciones en las que está preso el hombre de su vida, e incluso para que no
se revise la condena una vez cumplidos los 21 años que tiene por delante.
Cuando se flirtea con el mal no suele
tratarse de un capricho de una noche de juerga, normalmente se debe a
disturbios en el comportamiento que irremediablemente, como si fuera una droga,
lleva al cerebro a pedir más y más hasta que se alcanza el punto de no retorno.
El problema es que este tipo de comportamientos son tan frecuentes que,
necesariamente, habremos de hacer una introspección en profundidad para saber
hasta qué punto las filias están pasando a formar parte intrínseca de nuestras
vidas, porque entonces dejarán de ser filias y se convertirán en hábitos, será
llegado el momento en que enamorarse de un criminal sea lo normal y ni tan
siquiera el espejo sea capaz de retornarnos la imagen fidedigna que proyectamos
sobre él, sino la que creemos proyectar.