miércoles, 16 de septiembre de 2015

La berrea publicitada

Por María Rodríguez González-Moro

A veces me pregunto, tantas que empieza a preocuparme, quién ganaría en un duelo entre la estupidez y la hipocresía, porque hay que ser muy estúpido para inscribirse en un sitio de Internet especializado en infidelidades, pero también hay que ser muy hipócrita para después clamar al Cielo por lo que treinta y tantos millones de personas han hecho, como si eso de ser infieles fuera cosa de unos pocos pecadores y en realidad la vida no fuera un concurso sobre quién está más cualificado para aquello de “tirar la primera piedra”.

La historia del pirateo de las cuentas de Ashley Madison, por supuesto, deja muchas reflexiones en el aire, algunas de ellas de índole antropológico, otras legales y otras, sin duda, sociales, pero no hay nada como echar una mirada aleatoria a algunos de los miles y miles de titulares publicados a escala planetaria (lo que supone la globalización del dicho “La jodienda no tiene enmienda”), para darnos cuenta del despropósito informativo generado por el suceso y que tal vez solamente pueda ser superado por los tradicionales comentarios de bar: “Dos clientes de Ashley Madison se suicidan tras la publicación de sus datos”, "Así es el perfil de usuario adúltero de Ashley Madison en España", 18.435 'infieles' de Zaragoza, atrapados en Ashley Madison”, “Manises, la ciudad con la mayor tasa de adúlteros ‘destapados' por el caso Ashley Madison”, “Un jugador del Real Madrid, en la lista de infieles de Ashley Madison”, “Este es el mapa de los «infieles» registrados en Ashley Madison”, “Más de 8.000 jienenses, en las listas de adúlteros de Ashley Madison”, “La filtración de las citas Ashley Madison sonroja a quince pueblos de Palencia”, “Ashley Madison estaba lleno de robots fingiendo ser mujeres”, “¿Cómo saber si tu pareja está en la lista de Ashley Madison?”, “La Bolsa baja por Ashley Madison”, “Ashley Madison deja en cueros a 30.000 murcianos”, “Oleada de chantajes por el ´hackeo´ de Ashley Madison”, “46.648 gallegos, ´pillados´ en una web para infieles”, “Oviedo, la ciudad más infiel”, “Y la venganza de los pringados azotó la nuca de los adúlteros”.

Creo que no hace falta profundizar mucho en estos titulares para saber que, en la mayoría de los casos, podrían superar en estupidez a los propios damnificados del pirateo, pero sí considero que es muy conveniente recalcar lo que la mayoría de ellos vienen a significar respecto de esa especie de mezcla entre la hipocresía recalcitrante y el atentado contra la privacidad, casi a modo de complicidad con los propios piratas. La mayoría de estos titulares parecen de aquellos que se hacían en tiempos pretéritos en los que lo que tocaba era rasgarse las vestiduras, y suponen un golpe duro a la privacidad de las personas dando a conocer la existencia de clientes de la firma especializada en relaciones adúlteras en poblaciones con un bajo índice de habitantes y, por tanto, fáciles de ser marcados o puestos bajo sospecha por sus propias parejas, lo que en la práctica vendría a ser una suerte de complicidad de hecho con los piratas informáticos que robaron los datos.

Como se ha escrito tanto sobre este asunto de Ashley Madison, incluso bajo una perspectiva jurídica y de protección de derechos fundamentales, mi única intención es reflexionar sobre los, a mi juicio, dos puntos esenciales de todo este tinglado: la estupidez y la hipocresía. Resulta que, en las condiciones generales del ínclito sitio web, parece que se especificaba claramente que la empresa podía compartir con terceros la información aportada de los usuarios. Esto, aunque evidentemente a priori sea a título comercial, ya debería haber puesto en alerta a quien se está planteando darse de alta en un lugar donde lo que se comercia es puro pecado social. Pero es que, por si fuera poco, resulta que el sitio no tenía implementado un sistema de verificación de correos electrónicos, con lo que cualquiera que sea capaz de crear una cuenta gratuita de email puede utilizar nuestro nombre y meternos en un buen lío marital. Dadas estas circunstancias elementales, ¿no habría que ser estúpido para meterse en un berenjenal de trapicheos amorosos públicos? Y, por si faltaba algo, al parecer, la inmensa mayoría de los millones de inscritos eran varones a los que presuntamente se les daba asistencia en su particular berrea virtual a través de aplicaciones robóticas que simulaban ser mujeres o con email falsos que los mantenían contentos. Quisiera creer que no eran conscientes de ello y que formaban parte de una especie de ilusión globalizada teledirigida de buscadores de amantes que eran felices simplemente con la falsa promesa de una aventura, una especie de manipulación virtual del deseo que dará pie a la aparición de libros de antropología sociológica en menos que canta a un gallo.

Pero, con todo, a pesar de la inmensa demostración de estupidez demostrada por estos treinta y tantos millones de personas, la cual haría coser y cantar el trabajo de un detective privado persiguiendo una infidelidad, llegando incluso a crear un verdadero paradigma de la investigación privada al resultar que, en lugar de tener que perseguir al adúltero, éste viene a ti y además pague por dar sus datos y contar sus historias, lo que verdaderamente resulta chocante es la tremenda demostración de hipocresía social que, en este caso, ha alcanzado su máxima expresión a través de los medios de comunicación. Los piratas que han colgado parte de la información en la Red y los medios de comunicación en lugar de levantarse por la libertad de los que ahora se ven privados de su intimidad, lo que hacen es acceder y analizar los datos pirateados ofreciendo todo tipo de información sugerente que sirva para un vulgar titular. Digo yo, aunque sólo sea para mis adentros, que casi tan mal debería estar que una información tan comprometedora sea robada y expuesta públicamente, o incluso utilizada para chantajear, como husmear en ella voluntariamente, conociendo por tanto su contenido a pesar de saber el origen ilícito del mismo; y luego aún encima utilizar esa información para realizar todo tipo de sugerencias informativas que lleven, como mínimo, a extender la sospecha de la duda razonable entre la población de un aparente delito social que no lo es ante la ley. Y esto no solo infiere en el mero hecho de que la libertad de información no puede convertir el mundo en un patio de porteras, sino que, además, puede tener consecuencias catastróficas más allá de las sobrevenidas del divorcio preventivo, y es que ya han empezado los suicidios a cuenta del escándalo, y está claro que una vida, aunque sea la de un pobre infiel virtual, vale más que todos los titulares de los periódicos juntos.

Por si esto fuera poco, otra empresa de estas que cotizan mucho y contienen poco, utilizando la información robada por otros, lo cual posiblemente tengan que explicar en su día ante un tribunal, ha creado un mapa mundial de la infidelidad, naturalmente replicado por todos los medios de comunicación. En dicho mapa, en el que dicen haber ubicado los datos de infieles de más de cincuenta mil ciudades, confluyen la estupidez con la hipocresía, porque es de estúpidos pensar que los infieles son sólo los que aparecen en los “papeles” robados, y de hipócritas airear algo tan humanamente normal como el pretender ampliar los, artificialmente impuestos, límites de la pareja.

Tal vez algún día de estos piense si debería darme a la bebida sin control para estar al nivel de la Humanidad. Con la que está cayendo en el mundo, con guerras por doquier, extremismos religiosos reconvertidos en repúblicas terroristas, crisis migratorias históricas y movimientos de refugiados que pueden cambiar la faz del primer mundo, con una regresión sin precedentes al racismo más rancio en la primera democracia del planeta, con países emergentes superpoblados, y super corruptos, que aspiran a dominar la economía mundial, con una crisis económica que parece haberse enquistado y yo, con la casa sin barrer todavía, y lo que importa, lo que cuenta, lo que se comenta, es que un grupo de pobres diablos pretendía llevar la berrea propia a esferas tridimensionales. ¡Qué barbaridad, qué mal estamos! Claro que peor podríamos estar si, a partir de todo este lío, las parejas de los afectados decidieran comenzar un proceso multitudinario de divorcios por infidelidades que nunca se cometieron aduciendo un iter criminis de pensamiento. ¡Dios mío, no siento las piernas!