Por María Rodríguez González-Moro
A veces me pregunto, tantas que empieza a preocuparme, quién ganaría
en un duelo entre la estupidez y la hipocresía, porque hay que ser muy estúpido
para inscribirse en un sitio de Internet especializado en infidelidades, pero
también hay que ser muy hipócrita para después clamar al Cielo por lo que
treinta y tantos millones de personas han hecho, como si eso de ser infieles
fuera cosa de unos pocos pecadores y en realidad la vida no fuera un concurso
sobre quién está más cualificado para aquello de “tirar la primera piedra”.
La historia del pirateo de las
cuentas de Ashley Madison, por supuesto, deja muchas reflexiones en el aire,
algunas de ellas de índole antropológico, otras legales y otras, sin duda,
sociales, pero no hay nada como echar una mirada aleatoria a algunos de los
miles y miles de titulares publicados a escala planetaria (lo que supone la
globalización del dicho “La jodienda no tiene enmienda”), para darnos cuenta
del despropósito informativo generado por el suceso y que tal vez solamente
pueda ser superado por los tradicionales comentarios de bar: “Dos clientes de
Ashley Madison se suicidan tras la publicación de sus datos”, "Así es el perfil de usuario adúltero de Ashley Madison en España", “18.435 'infieles' de Zaragoza, atrapados en Ashley
Madison”, “Manises, la ciudad con la mayor tasa de adúlteros ‘destapados' por
el caso Ashley Madison”, “Un jugador del Real Madrid, en la lista de infieles
de Ashley Madison”, “Este es el mapa de los «infieles» registrados en Ashley
Madison”, “Más de 8.000 jienenses, en las listas de adúlteros de Ashley Madison”,
“La filtración de las citas Ashley Madison sonroja a quince pueblos de Palencia”,
“Ashley Madison estaba lleno de robots fingiendo ser mujeres”, “¿Cómo saber si
tu pareja está en la lista de Ashley Madison?”, “La Bolsa baja por Ashley
Madison”, “Ashley Madison deja en cueros a 30.000 murcianos”, “Oleada de
chantajes por el ´hackeo´ de Ashley Madison”, “46.648 gallegos, ´pillados´ en
una web para infieles”, “Oviedo, la ciudad más infiel”, “Y la venganza de los
pringados azotó la nuca de los adúlteros”.
Creo que no hace falta
profundizar mucho en estos titulares para saber que, en la mayoría de los
casos, podrían superar en estupidez a los propios damnificados del pirateo,
pero sí considero que es muy conveniente recalcar lo que la mayoría de ellos
vienen a significar respecto de esa especie de mezcla entre la hipocresía
recalcitrante y el atentado contra la privacidad, casi a modo de complicidad
con los propios piratas. La mayoría de estos titulares parecen de aquellos que
se hacían en tiempos pretéritos en los que lo que tocaba era rasgarse las
vestiduras, y suponen un golpe duro a la privacidad de las personas dando a
conocer la existencia de clientes de la firma especializada en relaciones
adúlteras en poblaciones con un bajo índice de habitantes y, por tanto, fáciles
de ser marcados o puestos bajo sospecha por sus propias parejas, lo que en la
práctica vendría a ser una suerte de complicidad de hecho con los piratas
informáticos que robaron los datos.
Como se ha escrito tanto sobre
este asunto de Ashley Madison, incluso bajo una perspectiva jurídica y de
protección de derechos fundamentales, mi única intención es reflexionar sobre
los, a mi juicio, dos puntos esenciales de todo este tinglado: la estupidez y
la hipocresía. Resulta que, en las condiciones generales del ínclito sitio web,
parece que se especificaba claramente que la empresa podía compartir con
terceros la información aportada de los usuarios. Esto, aunque evidentemente a
priori sea a título comercial, ya debería haber puesto en alerta a quien se
está planteando darse de alta en un lugar donde lo que se comercia es puro
pecado social. Pero es que, por si fuera poco, resulta que el sitio no tenía
implementado un sistema de verificación de correos electrónicos, con lo que
cualquiera que sea capaz de crear una cuenta gratuita de email puede utilizar
nuestro nombre y meternos en un buen lío marital. Dadas estas circunstancias
elementales, ¿no habría que ser estúpido para meterse en un berenjenal de
trapicheos amorosos públicos? Y, por si faltaba algo, al parecer, la inmensa
mayoría de los millones de inscritos eran varones a los que presuntamente se
les daba asistencia en su particular berrea virtual a través de aplicaciones
robóticas que simulaban ser mujeres o con email falsos que los mantenían
contentos. Quisiera creer que no eran conscientes de ello y que formaban parte
de una especie de ilusión globalizada teledirigida de buscadores de amantes que
eran felices simplemente con la falsa promesa de una aventura, una especie de
manipulación virtual del deseo que dará pie a la aparición de libros de
antropología sociológica en menos que canta a un gallo.
Pero, con todo, a pesar de la
inmensa demostración de estupidez demostrada por estos treinta y tantos
millones de personas, la cual haría coser y cantar el trabajo de un detective
privado persiguiendo una infidelidad, llegando incluso a crear un verdadero
paradigma de la investigación privada al resultar que, en lugar de tener que
perseguir al adúltero, éste viene a ti y además pague por dar sus datos y
contar sus historias, lo que verdaderamente resulta chocante es la tremenda demostración
de hipocresía social que, en este caso, ha alcanzado su máxima expresión a
través de los medios de comunicación. Los piratas que han colgado parte de la
información en la Red
y los medios de comunicación en lugar de levantarse por la libertad de los que
ahora se ven privados de su intimidad, lo que hacen es acceder y analizar los
datos pirateados ofreciendo todo tipo de información sugerente que sirva para
un vulgar titular. Digo yo, aunque sólo sea para mis adentros, que casi tan mal
debería estar que una información tan comprometedora sea robada y expuesta
públicamente, o incluso utilizada para chantajear, como husmear en ella
voluntariamente, conociendo por tanto su contenido a pesar de saber el origen
ilícito del mismo; y luego aún encima utilizar esa información para realizar
todo tipo de sugerencias informativas que lleven, como mínimo, a extender la
sospecha de la duda razonable entre la población de un aparente delito social
que no lo es ante la ley. Y esto no solo infiere en el mero hecho de que la
libertad de información no puede convertir el mundo en un patio de porteras,
sino que, además, puede tener consecuencias catastróficas más allá de las
sobrevenidas del divorcio preventivo, y es que ya han empezado los suicidios a
cuenta del escándalo, y está claro que una vida, aunque sea la de un pobre
infiel virtual, vale más que todos los titulares de los periódicos juntos.
Por si esto fuera poco, otra
empresa de estas que cotizan mucho y contienen poco, utilizando la información
robada por otros, lo cual posiblemente tengan que explicar en su día ante un
tribunal, ha creado un mapa mundial de la infidelidad, naturalmente replicado
por todos los medios de comunicación. En dicho mapa, en el que dicen haber
ubicado los datos de infieles de más de cincuenta mil ciudades, confluyen la
estupidez con la hipocresía, porque es de estúpidos pensar que los infieles son
sólo los que aparecen en los “papeles” robados, y de hipócritas airear algo tan
humanamente normal como el pretender ampliar los, artificialmente impuestos,
límites de la pareja.
Tal vez algún día de estos piense
si debería darme a la bebida sin control para estar al nivel de la Humanidad. Con
la que está cayendo en el mundo, con guerras por doquier, extremismos
religiosos reconvertidos en repúblicas terroristas, crisis migratorias
históricas y movimientos de refugiados que pueden cambiar la faz del primer
mundo, con una regresión sin precedentes al racismo más rancio en la primera
democracia del planeta, con países emergentes superpoblados, y super corruptos,
que aspiran a dominar la economía mundial, con una crisis económica que parece haberse
enquistado y yo, con la casa sin barrer todavía, y lo que importa, lo que cuenta,
lo que se comenta, es que un grupo de pobres diablos pretendía llevar la berrea
propia a esferas tridimensionales. ¡Qué barbaridad, qué mal estamos! Claro que
peor podríamos estar si, a partir de todo este lío, las parejas de los
afectados decidieran comenzar un proceso multitudinario de divorcios por
infidelidades que nunca se cometieron aduciendo un iter criminis de
pensamiento. ¡Dios mío, no siento las piernas!