domingo, 2 de abril de 2017

Hipocresía Vital

Por María Rodríguez González-Moro

Hay veces que si el tiempo del reloj no lo impide, y aunque sea sin permiso de la autoridad, me entretengo mientras desayuno viendo los programas matinales de televisión que parecen continuar la senda del antiguo periódico El Caso. En más de una ocasión, tal vez demasiadas, entre sorbo y sorbo de café no tengo más remedio que sonreír ante la avalancha de despropósitos de los juzgadores televisivos, a la sazón periodistas dramaturgos, abogados oportunistas, criminólogos profesionales, criminólogos espontáneos, psiquiatras en busca del psicópata perdido, expertos en lenguaje gestual, agentes secretos venidos a menos y opinadores de todo tipo y condición.

La verdad es que es todo un espectáculo catódico, o tal vez ahora deba decir plasmódico, ver como se pisotea la presunción de inocencia de los seleccionados para el escarnio público de la escaleta televisiva que toque ese día; escandaliza ver cómo se juega con pruebas policiales fruto de investigaciones en marcha filtradas por no se sabe quién, pero sin duda alguien con placa; llaman la atención los debates televisivos sobre instrucciones abiertas en las que los abogados interesados nutren de munición para la batalla del verbo; sorprende ver como incluso el secreto de sumario se toma más a la ligera que cuando yo, de niña (¡qué tiempos!) le contaba a una amiguita un secreto al oído con el compromiso de que no se lo dijera a nadie. Y, por supuesto, de entre todo esto lo que sobresale es contemplar, desde la vergüenza del esperpento, a renombrados profesionales (o por lo menos renombrados) sentando cátedra de sus juicios paralelos, esos que dejan de lado la maquinaria de una justicia, presuntamente justa, para alentar a las masas a ir preparando la hoguera sin tener en cuenta que los preceptos constitucionales están plagados de señales triangulares que advierten del peligro de incendio.

Y ya puestos, y teniendo en cuenta que la cabra suele tener tendencia a tirar al monte, recuerdo cuando “El Colo” (José María Rodríguez Colorado, ex director general de la Policía, que en paz descanse), puso el huevo (económicamente hablando) con aquello de que eran las empresas de seguridad privada las que tomaban el relevo a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en la vigilancia y control de acceso a edificios oficiales. De repente se pensó que ese trabajo lo podían hacer vigilantes jurados y guardias de seguridad, mientras guardias civiles y policías se podían dedicar a perseguir a los malos, que para eso se habían preparado. Aquello fue como la fiebre del oro para las empresas de seguridad, pero mucho más para aquellas que, contando con información privilegiada, supieron estar donde había que estar y en el momento que había que estar. Lo de menos era que el presupuesto que había para vigilancia se multiplicase, porque desde luego el sueldo de policías y guardias civiles que hacían esas funciones no era, ni de lejos, comparable con las tremendas y abultadas facturas que las empresas de seguridad presentaban para su cobro al Estado, sino que presumiblemente el hecho de liberar personal armado y suficientemente cualificado redundaría en mejores porcentajes de seguridad en las calles. Entonces, digo yo, ¿no sería posible hacer lo mismo con los detectives privados, atribuyéndoles trabajos que permitan liberar igualmente a policías y guardias civiles de investigaciones, digamos, de índole menor?

No parece de recibo, o al menos a mí no me lo parece, que veamos a diario en la televisión a la policía investigando a pobres diablos que estarían mejor de figurantes en cualquier capítulo de la novela picaresca española que siendo perseguidos como peligrosos delincuentes. ¿No sería mejor dedicar ese tiempo tan precioso a cuestiones más en la línea del grado de alerta en el que nos encontramos desde hace ya mucho tiempo? Claro que, el hecho de que la mayoría de detectives privados sean auténticos “llaneros solitarios”, no ayuda mucho a que sean tenidos en cuenta como colaboradores policiales de baja intensidad, tal vez si pertenecieran a grandes empresas, y esas empresas pertenecieran a su vez a prohombres de la vida pública, esa en la que las ramificaciones políticas penetran tanto como las raíces de las acacias africanas en busca de agua, sería más que seguro que podríamos ver una modificación de la ley en la que los detectives cumplieran labores de desahogo policial y los dueños de esas empresas hicieran lo propio de su cargo, las labores de un Dioni cualquiera sin necesidad de despeinarse, ni de comprarse peluca.


Los celiacos ya pueden ir encontrando muchos productos en los que el gluten se ha descartado avisando para ello con un preceptivo texto de “sin gluten”, pero lo que nunca encontrarán, ni tampoco los que no somos celiacos, es un aviso de “sin hipocresía vital” en el pan nuestro de cada día que supone vivir rodeados de tanto parecer sin ser. Tendré que apagar la tele más a menudo, esto no puede ser compatible con las alteraciones propias de la primavera.

4 comentarios:

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  2. Aunque la colaboración existe de forma totalmente altruista por parte de los detectives privados ante el conocimiento de delitos perseguibles de oficio y dicho sea dicho de paso, impuesta conforme a ley. Ya solo cabe preguntarse próximos al "domingo de ramos" quien se lleva la PALMA.
    Enhorabuena por el artículo y el contenido enriquecedor de este blog.
    www.investigamas.es

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  3. Querida María, como siempre es un placer leer tus artículos, cargados de razón, verdad, y hablando desde la lógica más aplastante. Un abrazo y seguiremos leyendo tus artículos.

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