Por María Rodríguez González-Moro
Me
resultaría relativamente fácil hacer una reseña al uso, lo he intentado,
prometo que he intentado hacerlo, pero al leerla no me reconozco ni a mi misma
ni al escritor. Podría comenzar escribiendo que Ultimátum es la tercera novela
del detective y escritor Rafael Guerrero, que fiel a su estilo nos introduce directamente
en el mundo de la investigación, el sexo, la comida, los viajes y el vino (no
precisamente en ese orden). Podría seguir diciendo que en esta ocasión Palermo,
Augusta, Roma, Madrid y Ammán son las ciudades elegidas para introducirnos en
Siria, en el nudo de la historia. Podría escribir que Sicilia es el escenario
del primer caso, la excusa perfecta para conocer el origen de la mafia, la
comida y el vino italiano, donde una prostituta despliega su catálogo y donde
aprendo que los lupanares se instalan en pisos altos sin ascensor para que el
cliente llegue sin resuello y así la hora feliz sea más rápida. (Gracias Rafa,
nunca hubiese caído en eso). Y su primer encuentro con la muerte y con el ser y
el deber ser.
Roma,
la ciudad eterna, perfecta para reencontrarse con una vieja amiga que quiere
eternizarla en su vida. Un imprevisto en el aeropuerto, de nuevo la duda entre
el ser y el deber ser, salvado de elegir por el sonido del móvil.
De
regreso a Madrid, encuentro con las calles y caras conocidas, pero en la vida
del detective no hay lugar para el descanso y de nuevo el trabajo llama a su
puerta , esta vez de la mano de unos ejecutivos vuela a Londres, ciudad de
paso, donde acepta un encargo difícil e
interesante, un caso sobre un hipotético sabotaje en Siria, país en guerra,
pero Guerrero no se amilana y acepta el reto, reto que le llevará a ciudades
otrora mágicas, hoy desoladas, lugares donde desplegará sus dotes de sagaz
detective y de encantador de serpientes, lugares donde se enfrentará de nuevo a
la muerte y a la vida, a la vida vestida de mujer, y donde sus encuentros le
harán replantearse muchas cosas, o como dice Rafael “En realidad una sola.” Resolverá dos casos por el precio de uno, y
volverá a casa pasando por Roma a reunirse con la eterna Raquel, el ser y el
deber ser, y de nuevo el destino al rescate del hombre.
Podría
terminar felicitando al detective-escritor por la magistral resolución del caso
y de la novela y por la gran profusión
de datos que despliega a lo largo del escrito, y así lo hago, pero quiero decir
más de una novela que tenía pendiente desde hace tiempo, una novela que quería
leer con un gintonic y que he leído con una cerveza y varios cafés.
En
esta novela he descubierto a un Rafael Guerrero más escritor, más preparado en
el uso del lenguaje (evito poner lengua pues en mi cabeza resuena el posible
comentario del detective), más maduro, más experto, más estudiado. Las
descripciones son detalladas y profusas, en algunos momentos me parece leer un
libro de viajes que despierta el deseo de viajar, de recorrer esos lugares, de
comer esos manjares, beber esos vinos y contemplar el mar Mediterráneo, el
desierto y de mezclarme con la población autóctona.
En
Ultimátum me reencuentro con el detective sagaz de “Un Guerrero entre Halcones”, un detective que, como no podía ser
de otra manera, no deja nada a la improvisación, las técnicas que usa y
describe son preparadas al milímetro, la cobertura impecable, el plan de escape
previsto, pero también aparece el sexto sentido de los detectives curtidos, y
su capacidad para adaptarse a los imprevistos venciendo la desconfianza que
siempre les generan las personas que los rodean. Unos detectives que no dudan
en abandonar su maleta, y salvar sus instrumentos de trabajo (pienso si entre
lo salvado se encuentra la bolsa de aseo).
Esta
novela rezuma soledad, la soledad del detective, esas horas de vigilancia que
se hacen eternas, esa habitación de hotel solitaria donde solo queda hablar con
uno mismo, donde las preguntas y respuestas solo existen en nuestra mente, una
soledad que a pesar de cubrirla con cigarrillos, comida y sexo no deja de ser
SOLEDAD en mayúsculas, trabajo duro el del detective privado, donde no existen
las horas ni los planes familiares, una vida monótona a la par que excitante si
sabes describirla de la forma como nos la describe un detective real como
Rafael Guerrero. “La vida no es como debería ser ni como nos gustaría, es como es”
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