domingo, 15 de enero de 2017

Inocencia tardía

Por María Rodríguez González-Moro

Hay noticias que me suelen dejar helada, en la mayoría de los casos por su dureza anti humana, pero también hay otras que me dejan perpleja por su evidente falta de rigor informativo y, a pesar de ello, ocupar lugar preferencial en los medios de comunicación. Y también existen noticias que mezclan ambas sensaciones, como la del “Caso Nadia”, en las que conviven la dureza de saber que existen acontecimientos que una no puede ni imaginar, con una difusión que las convierte en pura fantasía especulativa.

El Caso Nadia me está enseñando muchas cosas, una de ellas que existen palabrejas tan raras como lo que quieren denominar, porque ya me dirán si “Tricotiodistrofia” no es una palabra que se las trae. La mayoría de nosotros, creyentes adoradores (y adoratrices, por si alguien se ofende) de un mundo tan feliz como el de Aldous Huxley, pensamos que esto de las enfermedades es algo de sota, caballo y rey, y que éstas son tan conocidas y manejables que con un simple Ibuprofeno en la mano podemos llegar a enfrentarnos a ellas sin más problema. La realidad no es así, hay tantas enfermedades desconocidas como estrellas somos capaces de ver sin telescopio a partir de la contaminación lumínica, por lo que supongamos que, con un buen telescopio, y sin luces perturbadoras, la posibilidad de secuenciar enfermedades raras, o mejor aún, inimaginables para el actual conocimiento humano, puede ser tan infinita como deprimente, ya que nos muestra la vulnerabilidad a la que estamos expuestos a pesar de nuestra soberbia, tan infinita como esa secuenciación de patologías imposibles.

También este caso de la niña presuntamente tricotiodistrófica (ya que a la hora de escribir esto parece que nadie ha aportado un solo documento médico que confirme ni la enfermedad, ni tipo ni grado, más allá de la sospecha de un pediatra hace alrededor de nueve años), me ha hecho reflexionar mucho, qué digo mucho, muchísimo, sobre las cosas que guardamos en los archivos de nuestras vidas (sean estos digitales o palpables), porque en cualquier momento puede llegar alguien que, al tirar de ellas, las versione según su digno entender otorgándoles lecturas que casen más con el delito que con la simpleza de pensamiento con que fueron hechas. Y así, tenemos las pretendidas fotos erótico festivas de los padres en un pendrive que el instructor ha dado por pornográficas y exhibicionistas según, como acabo de apuntar, su digno entender personal y jurisprudencial, sea éste opusiano o liberador. Ahora va a resultar que todos somos actores porno de la película de nuestra vida, porque pocos nos libramos de retratar, o haber sido retratados, en algo tan natural como nuestra madre nos trajo al mundo, a no ser que se trate de un bebé probeta y lo pornográfico sea disponer de imágenes de tubos de ensayo.

Parece broma esta reflexión que publico, pero no lo es, la imputación de dos personas por fotografiarse desnudas, independientemente de lo que parezca que estén haciendo en las fotos, y por aparecer el pie de una menor en ellas es para, cuanto menos, atemorizarse en primera persona y comenzar a destruir archivos, darse de baja de todas las redes sociales y hacer una pira con los aparatos que nos han podido llevar a esta situación de temor por referencia. La otra parte de la reflexión es si todas las fotos obtenidas por la policía y que el juez ha demonizado públicamente sin juicio previo (no olvidemos que un juez instructor no es un juzgador, sino un acumulador de datos, indicios, testimonios y pruebas para su posterior valoración en juicio), pudieran tener carga de prueba suficiente hasta el punto de saber si la pequeña era utilizada para otros menesteres, pero es que eso además ahora no es lo importante, sino que lo que verdaderamente cuenta es que la policía autónoma catalana ha infringido, sin aparente presunción, el derecho a la intimidad de una niña y sus padres cuya presunción de inocencia legal ya habían vapuleado con anterioridad sin que ello parezca tener importancia para nadie. ¿Cómo es posible que los Mossos hagan pública la captura de esas imágenes y hasta se atrevan a dejar salir en todo tipo de medios a su portavoz oficial para adherirse al linchamiento de la chusma? ¿No se supone que su obligación exclusiva habría sido localizar pruebas, en este caso esos dispositivos que contienen las imágenes referidas, y haberlos puesto a disposición del juzgado sin más publicidad?

Y, a más a más (ya que hablamos de temática catalana), ¿es mínimamente concebible que el juzgado encargado del caso Nadia emita un comunicado oficial dando la publicidad prohibida en un asunto donde la intimidad de menor y adultos es un bien a proteger? Hay que suponer que el juez instructor es plenamente consciente de la importancia de mantener los autos dentro de la carpeta designada para ellos pero, en este caso, el contenido de las imágenes y la lectura que se hace de las mismas ha sido explicado con tanto detalle que ni tan siquiera se requería imaginación previa para visualizarlas. ¿Qué pasaría si luego resultase que dichas fotos de la pareja, y el pie desconocido que aparece en ellas, pertenecían al entorno íntimo familiar y las de la niña, unas al seguimiento de los síntomas de la presunta enfermedad, y otras a lo gracioso que pudiera parecer a los padres fotografiarla desnuda? La respuesta es sencilla, no pasaría nada en cuanto a responsabilidades derivadas, y la prueba la tenemos en que nadie todavía ha pedido la dimisión de los Mossos responsables de la filtración ni, por supuesto, la corrección jurídica al juez instructor por parte del órgano competente, en este caso, y en primera instancia, del Consejo General del Poder Judicial. Desde luego, tampoco pasaría nada a todos los medios de comunicación que están haciendo leña del árbol caído criminalizando en mayor medida, si es que esto es posible, a unos padres que tal vez se han equivocado visto lo fácil que era obtener dinero, pero que lo mismo no son unos depredadores sexuales. Creo que todo el mundo sabe que las correcciones en el mundo carcelario a los sospechosos de pederastia no son precisamente muy de envidiar, ya que quien las padece puede ser incluso ejecutado, pero nada de esto parece importar a los sedicentes fustigadores de la presunción de inocencia que han hecho que uniformes, togas y medios eleven la denominación “república bananera” al más alto grado del esperpento.

Está bien que alguien se dé cuenta que todo esto está pasando, como la Oficina de Defensa de los Derechos del Menor de Baleares, que ha abierto un expediente sobre el caso Nadia al entender que la continua e insostenible exposición de datos íntimos de la menor hace que se convierta en doblemente víctima, aunque tampoco pienso que la cosa llegue más allá de cuatro hipócritas golpes de pecho, porque las responsabilidades civiles, y hasta penales, de esta revictimización de la niña Nadia, no serán cubiertas y el caso pasará al catálogo de barbaridades patrias.

En lo referente al aspecto de la estafa, en modo presunción, me quitaría el sombrero si el abogado consigue demostrar la inocencia de los padres porque, aún sin conocer los detalles precisos que consten en autos, la evidencia publicada es tan abrumadora que cuesta pensar en otra solución más allá de la condena, la pública y la togada. Eso sí, las horas de publicidad que está consiguiendo el letrado en todo tipo de medios no tienen precio, y ya se sabe que ante una situación alambicada en lo judicial el investigado cliente futuro siempre tiende a buscar lo mediático, porque suele ser común que lo que sale en la tele debe ser bueno. En lo profesional este letrado, con semejante caso, es de los que apuestan por las Opciones Binarias, o acierta o pierde; pero en lo comercial no hay nada de binario, gana sí o sí. Lo considero un letrado inteligente al utilizar a los mismos medios de comunicación que alimentan la hoguera pública como parte de su estrategia de defensa, ya que si ellos no respetan a sus clientes lo lícito es que él se salga del entorno judicial para jugar igualmente a publicitar el otro punto de vista, el denostado.


Al final, de no ser por la implicación de una menor en todo esto, y también porque su vida ha quedado definitivamente marcada, la realidad de lo acontecido sería para mofarse de cuantos medios de comunicación presuntamente cualificados han estado implicados en el caso y a los que, fundamentalmente el padre de la niña, ha sabido venderles una burra coja haciéndoles creer que era capaz de dar saltos mortales. Esto debe servir de lección práctica a los Detectives Privados para que nunca olviden que sus indagaciones no pueden asentarse sobre presunciones, sino sobre hechos contrastados y verificados por los escasos cauces que les deja la administración pública; los medios de comunicación han dado una lección magistral de lo que no se debe hacer al dar muestras de una inocencia tardía y creerse a pies juntillas una historia tan fantástica que ni la propia niña protagonista creería con sus once añitos. Ahora, visto lo visto, optan por el derecho al pataleo y no dudan en esquilmar los microscópicos reductos de honra que les queda a quienes demostraron, desde su codicia monetaria, que aquellos que van de portadores de la verdad absoluta en su vertiente pública a veces no son más que vendedores de humo, tanto o más como quienes se lo vendieron a ellos.