Por María Rodríguez González-Moro
Por mucho que una quiera ser inmune a la política, lo cierto
es que resulta algo más que difícil escaparse a la tensión ambiental producida
por una situación especialmente alambicada y, sobre todo, a esa sensación de
tomadura de pelo que se siente cuando los “elegidos” de las diferentes
formaciones se empeñan en aclarar, afirmar y confirmar que ellos son lo que son
y el fin último, la buena gobernanza, les importa poco, ya que lo que cuenta es
marcar su territorio como si nos encontrásemos en una suerte de berrea para ver
quién puede hacerse con las partes pudendas del poder monclovita.
Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños y se sentaban a
la mesa se afanaban por ver quién terminaba antes de comer, y lo hacían así a
pesar de mis constantes explicaciones respecto a que comer no era una
competición, sino que cada cual debía alimentar su cuerpo a su ritmo porque,
aunque el fin era el mismo, crecer, el objetivo era diferente puesto que se
trataba de cuerpos distintos. Naturalmente eran tan pequeños que no continuaba
la explicación diciendo que esos “cuerpos distintos”, trabajando cada uno por
su cuenta pero con un objetivo común, serían los encargados de que la sociedad
pudiera funcionar y mejorase día a día. Y así creo que debería ser la política,
grupos y grupúsculos diferentes creciendo para el bien común, incluso cuando a
veces las direcciones de crecimiento sean opuestas, pero siempre con el
pensamiento de que lo que importa es lo único, y no me refiero al sexo, que
también, sino al bienestar de toda una sociedad que ya bastante tiene con
sobrevivir a la crudeza del duro invierno de una crisis, sobrevenida ésta por
pensar que sentarse a comer a la misma mesa es una competición.
Con todo, lo peor de los políticos es su capacidad innata
para desencantar a sus propios votantes
de la política, lo que vendría a ser como si una asociación nacional de
heladeros se empeñase, por activa y por pasiva, en mostrar a sus consumidores
lo perjudicial e insano de comer helado
en verano, que es cuando más se supone que facturan. Y esto es así porque, a
más a más de sus delirios de grandeza, una vez que obtienen el poder, no
importa si a gran escala o en un andurrial perdido, se afanan en su mayoría por
dejarse caer en los brazos de la corrupción como si eso de ser honrados no
estuviera bien visto en el oficio, haciéndose acreedores, desde el minuto uno,
a la presunción de culpabilidad muy por encima de la presunción de inocencia.
Cuando alguno de mis alumnos me pregunta si el oficio de
Detective Privado tiene futuro lo primero que me viene a la cabeza es la
política, puesto que si para contratar a un detective es necesario tener un
interés legítimo en la causa, todos los españoles en edad de votar estaríamos
legitimados para contratar detectives que investiguen a los políticos antes,
durante y después de su paso por la política. Es más, no hace tanto que el
líder de Ciudadanos hizo un intento parecido con la empresa de “inteligencia
empresarial” H4DM, el cual por cierto levantó mucho revuelo en el mundo
asociativo detectivesco por entender que podría tratarse de un caso de
competencia desleal a partir del intrusismo profesional. Los candidatos de la
formación naranja fueron “forzados” a firmar una carta ética autorizando que se
les investigase en la que se recogía esta cláusula: "Autorizar a
Ciudadanos a obtener, por sí o por medio de personas o empresas de
investigación privada, cualquier información que pueda afectar a su imagen
pública o la de Ciudadanos, para analizar y evaluar las vulnerabilidades
detectadas, así como para evaluar la idoneidad como candidato del
interesado". Aquella iniciativa que buscaba la “virginidad” de los
candidatos no tuvo un éxito excesivo, más que nada porque de partida casi todos
somos buenos, pero me habría encantado que la investigación, ya con detectives
profesionales de verdad y menos en plan inteligencia empresarial, hubiese
permanecido en el tiempo monitorizando la actividad política de los finalmente
elegidos, tal vez nos hubiese aportado momentos memorables para la
investigación y vergonzantes para la política, o tal vez no, dejemos un pequeño
resquicio a la presunción de inocencia para que no se diga.
La verdad es que, como todo el mundo sabe, la política
atraviesa momentos bajos por su relación directa con el fango, pero si a ello
añadimos las guerras internas de políticos, policías, jueces y demás oficios
relacionados por el estilo, veremos que la cosa siempre puede ir a más, de ahí
mi teoría sobre que la intervención de Detectives Privados contratados por la
población (por muy exagerado que pueda parecer), sería mucho más justa que lo
que hay en la actualidad y que destila olor, o mejor tufo, a venganzas ocultas
o a turbias manipulaciones interesadas de la realidad. Como ejemplo, entre miles, podríamos poner la
filtración de la íntima amistad entre Pablo Iglesias y José Antonio Moral
Santín, dirigente de Izquierda Unida con tarjeta black de Caja Madrid, o la
actuación fuera de norma del comisario Manuel Vázquez, hasta hace nada jefe de
la UDEF, tratando de influir a los jueces del Supremo en relación a la admisión
a trámite de la querella sobre el Informe PISA (Pablo Iglesias S.A.).
También al comisario de Asuntos Internos, Marcelino Martín
Blas, se le ha llegado a denunciar por realizar investigaciones ilegales para
el PP sobre el ex tesorero Luis Bárcenas, cosa ésta que no entraría
precisamente dentro del campo del precepto policial de estar a disposición de
la población en lugar de presuntamente ponerse a las ordenes en la sombra de
quien indirectamente gestiona su sueldo. Y desde luego, si hablamos de cosas
del más allá de las catacumbas policiales, no podríamos olvidar al comisario
Villarejo, adscrito a la Dirección Adjunta Operativa del Cuerpo Nacional de
Policía, el mismo que a mediados de los 90 fue señalado por estar detrás del
Informe Veritas, que pretendía recopilar asuntos turbios (muy turbios) de la
vida personal del magistrado Baltasar Garzón, quien en aquellos momentos
centraba parte de sus investigaciones judiciales en averiguar quiénes del
Estado se encontraban detrás del GAL, algo que exasperaba a la cúpula del PSOE
gonzaliano y a determinados mandos policiales que no andaban lejos de la trama.
Pero, con todo, lo más interesante es que este comisario
Villarejo, también relacionado con el Pequeño Nicolás (esta sería su parte
friki), ha ido creciendo en patrimonio con el paso de los años hasta poseer
decenas de empresas y millones de euros, por lo que al final no ha habido más
remedio que investigar una posible incompatibilidad con su función directa de
funcionario. ¿Y quién ha sido el responsable último de realizar esta
investigación? Pues, ni más ni menos, que el inspector jefe José Ángel Fuentes
Gago, la persona que puso en contacto al ya ex director de la Agencia
Antifraude de Barcelona con el ministro de Interior. Y ahora, por causalidad,
que no casualidad, aparecen en el entorno periodístico socialista las
grabaciones realizadas a estos dos altos cargos, lo que sin remedio me hace
pensar si podríamos estar ante un caso de venganza personal entre comisarios o,
además de eso, ante el ataque de un partido (PSOE), utilizando su guardia
pretoriana policial, contra otro partido (PP) para influir en el proceso
electoral. Naturalmente, para encontrar
una respuesta primero habría que descubrir las pistas, sólo entonces podríamos
mantener la sospecha sobre si el comisario Villarejo verdaderamente podría
tener algo que ver en las grabaciones del despacho del ministro de Interior. A
lo mejor no sería mala idea ejercer ese derecho que comentaba antes del interés
legítimo de los ciudadanos para contratar a un detective privado en defensa del
derecho a no ser manipulados, de poder hacerlo el detective tendría que
infiltrarse en los lavabos de la Brigada Provincial de Información de Moratalaz
(Madrid), parece que allí no se habla de otra cosa.