miércoles, 3 de junio de 2015

Meditaciones criminales sobre el fútbol

Por María Rodríguez González-Moro

 Debo reconocer, aun a riesgo de ser excomulgada, que el fútbol no se encuentra entre mis grandes pasiones, pero también he de reconocer que, por pura simbiosis informativa, estoy un poco al tanto de lo que se dice, aquí o allá, sobre sus muchas vicisitudes esféricas, y hasta estratosféricas.

Una persona debería ser considerada profundamente imbécil si no fuera consciente de las rebuscadas e infinitas manipulaciones en este deporte, elevado a la categoría de negocio de manipulación de masas, que ha levantado toda una industria mundial en base a jugar con sentimientos localistas, capaces de generar en sus aficionados una suerte de comunión espiritual con su club hasta el punto de representar algunos de los pilares básicos de sus vidas.

Pero mi pretensión, al menos en este artículo de estar por casa, no es analizar el concepto del fútbol, sino la evidente, y poco presunta, trama criminal tejida en torno al mismo y a escala planetaria. Asistir al desmantelamiento de una parte importante de la cúpula directiva de la Federación Internacional, acusada de soborno y fraude durante decenas de años, no es menos impactante que ver la triste, lamentable, esperada y debida dimisión de su omnipotente presidente, cuasi vitalicio, a pocos días de ser “reelegido” por un harén de estómagos agradecidos que, visto lo visto, ofrecen un comportamiento que se asemeja más al de cómplices necesarios que al de electores cualificados.

En los escritos jurídicos es fácil encontrar la frase “solo o en compañía de otros”, y esa compañía, a veces, puede ser tan amplia que se podría llegar a dudar de su propia estructura criminal por la dificultad de manejar y coordinar tanta complicidad secreta, ya que 209 asociaciones y federaciones afiliadas a la FIFA dan para mucho. Por supuesto que la presunción de inocencia es tan sagrada que incluso debería aplicarse a los directivos de las organizaciones futbolísticas, empezando por los detenidos y por los a detener, pero los indicios son tantos, a nivel popular, que la consecución de pruebas fehacientes no hace sino constatar que nos encontramos ante la figura de un delito continuado y consentido de alcance global. Y aún así, la debacle de querer limpiar debajo de las alfombras del fútbol trae, y traerá consigo, en el mejor de los casos, presentes y futuras guerras diplomáticas que mostrarán, tristemente, cómo algo tan simple como dar patadas a una pelota, que antes era de trapo, se convierte en un problema mucho más importante que otros muchos existentes y cuya comparación, simplemente, sería inaceptable si lo que queremos es seguir manteniendo una mínima escala de valores como seres humanos.


Al final lo que cuenta es que, gracias al escándalo FIFA, se ha descubierto la relación entre la prostitución y el balompié, y es que en ambos casos se puede verificar la existencia de mafias, proxenetas, clientes complacientes, prostitutas y autoridades corruptas y, por supuesto, todos ellos confluyen en lupanares desperdigados por el mundo, con o sin luces de colores, en los que la testosterona sirve para ganar dinero, mucho dinero. Si acaso, la diferencia es que los clientes de las prostitutas saben que pagan por un placer efímero, mientras que los clientes del fútbol se tragan toda la falsa estructura creada en unos colores, a veces considerados más importantes que los de la propia bandera patria, como es público y notorio. Tal vez lo único cierto del fútbol sea lo de echar la moneda a cara o cruz para elegir terreno, pero hasta eso deberíamos poner bajo sospecha, porque hay tanta cara en juego que lo mismo la moneda no tiene cruz.

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