Por María Rodríguez González-Moro
Pongo la tele y veo en directo a
un ajusticiado, como presunto coautor de la muerte de su hija, sentado delante
de un Tribunal y refiriéndose a los medios de comunicación televisivos de la
mañana en su declaración como un “Estercolero mediático”. Lo primero que me
viene a la cabeza es que este señor, dado que se encuentra en prisión, tal vez
no tenga acceso a un televisor por la tarde, o por la noche, porque entonces, a
buen seguro, habría ampliado su denominación de origen en lugar de acotar que
son los programas de “por la mañana” los únicos incluidos en ese estercolero
mediático.
Ciertamente es normal que este
hombre piense como piensa, y de hecho es más que posible que otros en su misma
situación piensen igual, porque hay algunos programas en la parrilla televisiva
española en los que parece que, lo único que se pretenda, sea apropiarse de las
funciones del juez instructor para realizar una instrucción paralela de los
casos más llamativos (o más mediáticos) y, a más a más, como dicen los
catalanes, llegar incluso a juzgar por adelantado al incauto que tuviera la
mala suerte de ser marcado como imputado (o investigado, o jodido), dando el
caso como visto para sentencia mucho antes de que el juicio real llegue a
comenzar.
En este “estercolero mediático”,
como lo denomina el dicente juzgado, cabe de todo, no sólo periodistas
investidos del manto de la investigación como ángeles exterminadores, sino
también letrados, o letradas, que a veces pierden las letras estudiadas para
dejarse llevar por el ambiente del plató; expertos en lenguaje visual, postural
y hasta videncial, puesto que llegan a imaginar lo que no se muestra al tiempo
que los presentes asienten como cuando se va a un vidente y una se cree toda la
sarta de obviedades que el ínclito visionario le va relatando a medida que las
cartas “hablan”; policías jubilados, y otros no tanto, que han estado
directamente relacionados con la investigación del caso en cuestión y que no
dudan en hacer el ridículo con tal de ganar el minuto de gloria pública que
parece no pudieron ganar durante los años de su abnegada y arriesgada carrera;
aunque, con todo, lo mejor sin duda son los psiquiátras forenses, los cuales
parecen levantados de su propio diván y llevados a la televisión para alardear
de una pseudo psiquiatría únicamente superada por algunos intrusos
profesionales que hubieran conseguido su título en un curso por
correspondencia. Y digo esto porque me resulta, escandaloso no, lo siguiente,
ver a personas a las que se supone altamente cualificadas dando su opinión
“profesional” indiciaria sobre reos que han sido elevados a la categoría de
personajes por obra y gracia de una decisión periodística y cuya presunción de
inocencia ha sido obviada, machacada, pisoteada e ignorada invocando un derecho
de información que se subroga las funciones de toda la estructura judicial.
Naturalmente que el que está
siendo juzgado en directo tiene razón al denominar estercolero mediático esta
suerte de mezcla entre información, opinión y basura, “¡nada más que basura!”,
que diría la antes también mediática “Bruja Lola”, aquella que amenazaba con
encender dos velas negras a quien osare meterse con ella. Y ahora que lo
pienso, no hay tanta diferencia entre las amenazas de tan maléfica señora y las
de estos ángeles exterminadores del periodismo, solo que sus “velas negras” son
más programas monográficos dedicados a destruir la presunción de inocencia y a
quedar por encima de quien no puede responderles.
Ya en su día el Constitucional
matizó que la opinión no tenía porqué ser veraz (siempre que no lo fuera
insultante), puesto que, a fin de cuentas, se ha de dar por hecho que cada uno
de nosotros podemos ser portadores de una opinión distinta, pero lo que sí ha
de ser cierta, ineludiblemente, es la información, porque en ella se narran
hechos que, de no ser ciertos, podrían causar graves perjuicios de
consecuencias imprevisibles. Sin embargo, el alto tribunal no dijo nada de
cuando se mezcla opinión interesada (por aquello de crear morbo que suba los
índices de audiencia), con información absolutamente sesgada y con peritajes
profesionales de quienes no saben distinguir la ciencia con el ridículo, todo
ello se agita bien y se sirve perfectamente desvirtuado en una especie de
cóctel coprofágico y nauseabundo.
En Justicia no siempre es
leche todo lo que es blanco y en
botella, hay muchos matices que pueden determinar que el contenido de la
botella puede ser cualquier otra cosa y, en caso de duda razonable, actuar
siempre a favor del reo. Sin embargo esto no es aplicable a los juicios
paralelos mediáticos, en los que ni siquiera es necesario que el contenido de
la botella sea blanco para hacer creer a todo le mundo que se trata de leche.
¿Y si después resulta que no era leche? Pues no pasa nada, se traen al plató
más expertos y peritos de toda condición para decir, y dar por sentado, que
puede haber leches de cualquier color y que, si además estaba en una botella,
entonces a quien hay que juzgar es al juzgador que no ha sabido verlo. Me pregunto
por qué gastamos tanto dinero en un ingente aparato judicial, que además es
lento, muy lento, cuando podríamos dejar la ejecución de la misma en manos de
los coordinadores del “estercolero mediático”, bautizado así por alguien que se
enfrenta a una petición de muchos años de prisión partiendo de la base de haber
sido juzgado ya dos años antes de comenzar el juicio. La única posibilidad que
le queda es que el jurado popular que ha de tomar la decisión sobre su
inocencia o culpabilidad no fuera adicta a los programas matinales, aunque dado
que ha sido ese propio jurado quien ha decidido que las sesiones del juicio
sean retransmitidas en directo, mucho me temo que el acusado puede irse dando
por condenado, habida cuenta de que dicha decisión más bien parece tomada por
teleadictos.
Triste realidad que dejemos el
bien más preciado de alguien, la libertad, en manos de quienes ni saben ni
pueden hacer de jueces. Más que un estercolero mediático yo diría que la
televisión pseudo juzgadora es una especie de agujero negro infinito por el que
cabe todo. Así nos va.
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