sábado, 3 de octubre de 2015

Estercolero mediático

Por María Rodríguez González-Moro

Pongo la tele y veo en directo a un ajusticiado, como presunto coautor de la muerte de su hija, sentado delante de un Tribunal y refiriéndose a los medios de comunicación televisivos de la mañana en su declaración como un “Estercolero mediático”. Lo primero que me viene a la cabeza es que este señor, dado que se encuentra en prisión, tal vez no tenga acceso a un televisor por la tarde, o por la noche, porque entonces, a buen seguro, habría ampliado su denominación de origen en lugar de acotar que son los programas de “por la mañana” los únicos incluidos en ese estercolero mediático.

Ciertamente es normal que este hombre piense como piensa, y de hecho es más que posible que otros en su misma situación piensen igual, porque hay algunos programas en la parrilla televisiva española en los que parece que, lo único que se pretenda, sea apropiarse de las funciones del juez instructor para realizar una instrucción paralela de los casos más llamativos (o más mediáticos) y, a más a más, como dicen los catalanes, llegar incluso a juzgar por adelantado al incauto que tuviera la mala suerte de ser marcado como imputado (o investigado, o jodido), dando el caso como visto para sentencia mucho antes de que el juicio real llegue a comenzar.

En este “estercolero mediático”, como lo denomina el dicente juzgado, cabe de todo, no sólo periodistas investidos del manto de la investigación como ángeles exterminadores, sino también letrados, o letradas, que a veces pierden las letras estudiadas para dejarse llevar por el ambiente del plató; expertos en lenguaje visual, postural y hasta videncial, puesto que llegan a imaginar lo que no se muestra al tiempo que los presentes asienten como cuando se va a un vidente y una se cree toda la sarta de obviedades que el ínclito visionario le va relatando a medida que las cartas “hablan”; policías jubilados, y otros no tanto, que han estado directamente relacionados con la investigación del caso en cuestión y que no dudan en hacer el ridículo con tal de ganar el minuto de gloria pública que parece no pudieron ganar durante los años de su abnegada y arriesgada carrera; aunque, con todo, lo mejor sin duda son los psiquiátras forenses, los cuales parecen levantados de su propio diván y llevados a la televisión para alardear de una pseudo psiquiatría únicamente superada por algunos intrusos profesionales que hubieran conseguido su título en un curso por correspondencia. Y digo esto porque me resulta, escandaloso no, lo siguiente, ver a personas a las que se supone altamente cualificadas dando su opinión “profesional” indiciaria sobre reos que han sido elevados a la categoría de personajes por obra y gracia de una decisión periodística y cuya presunción de inocencia ha sido obviada, machacada, pisoteada e ignorada invocando un derecho de información que se subroga las funciones de toda la estructura judicial.

Naturalmente que el que está siendo juzgado en directo tiene razón al denominar estercolero mediático esta suerte de mezcla entre información, opinión y basura, “¡nada más que basura!”, que diría la antes también mediática “Bruja Lola”, aquella que amenazaba con encender dos velas negras a quien osare meterse con ella. Y ahora que lo pienso, no hay tanta diferencia entre las amenazas de tan maléfica señora y las de estos ángeles exterminadores del periodismo, solo que sus “velas negras” son más programas monográficos dedicados a destruir la presunción de inocencia y a quedar por encima de quien no puede responderles.
Ya en su día el Constitucional matizó que la opinión no tenía porqué ser veraz (siempre que no lo fuera insultante), puesto que, a fin de cuentas, se ha de dar por hecho que cada uno de nosotros podemos ser portadores de una opinión distinta, pero lo que sí ha de ser cierta, ineludiblemente, es la información, porque en ella se narran hechos que, de no ser ciertos, podrían causar graves perjuicios de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, el alto tribunal no dijo nada de cuando se mezcla opinión interesada (por aquello de crear morbo que suba los índices de audiencia), con información absolutamente sesgada y con peritajes profesionales de quienes no saben distinguir la ciencia con el ridículo, todo ello se agita bien y se sirve perfectamente desvirtuado en una especie de cóctel coprofágico y nauseabundo.

En Justicia no siempre es leche  todo lo que es blanco y en botella, hay muchos matices que pueden determinar que el contenido de la botella puede ser cualquier otra cosa y, en caso de duda razonable, actuar siempre a favor del reo. Sin embargo esto no es aplicable a los juicios paralelos mediáticos, en los que ni siquiera es necesario que el contenido de la botella sea blanco para hacer creer a todo le mundo que se trata de leche. ¿Y si después resulta que no era leche? Pues no pasa nada, se traen al plató más expertos y peritos de toda condición para decir, y dar por sentado, que puede haber leches de cualquier color y que, si además estaba en una botella, entonces a quien hay que juzgar es al juzgador que no ha sabido verlo. Me pregunto por qué gastamos tanto dinero en un ingente aparato judicial, que además es lento, muy lento, cuando podríamos dejar la ejecución de la misma en manos de los coordinadores del “estercolero mediático”, bautizado así por alguien que se enfrenta a una petición de muchos años de prisión partiendo de la base de haber sido juzgado ya dos años antes de comenzar el juicio. La única posibilidad que le queda es que el jurado popular que ha de tomar la decisión sobre su inocencia o culpabilidad no fuera adicta a los programas matinales, aunque dado que ha sido ese propio jurado quien ha decidido que las sesiones del juicio sean retransmitidas en directo, mucho me temo que el acusado puede irse dando por condenado, habida cuenta de que dicha decisión más bien parece tomada por teleadictos.


Triste realidad que dejemos el bien más preciado de alguien, la libertad, en manos de quienes ni saben ni pueden hacer de jueces. Más que un estercolero mediático yo diría que la televisión pseudo juzgadora es una especie de agujero negro infinito por el que cabe todo. Así nos va.

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